domingo, 6 de octubre de 2019

Cada uno se va como puede ...


Cada uno se va como puede,
unos con el pecho entreabierto,
otros con una sola mano,
unos con la cédula de identidad en el bolsillo,
otros en el alma,
unos con la luna atornillada en la sangre
y otros sin sangre, ni luna, ni recuerdos.

Cada uno se va aunque no pueda,
unos con el amor entre dientes,
otros cambiándose la piel,
unos con la vida y la muerte,
otros con la muerte y la vida,
unos con la mano en su hombro
y otros en el hombro de otro.

Cada uno se va porque se va,
unos con alguien trasnochado entre las cejas,
otros sin haberse cruzado con nadie,
unos por la puerta que da o parece dar sobre el camino,
otros por una puerta dibujada en la pared o tal vez en el aire,
unos sin haber empezado a vivir
y otros sin haber empezado a vivir.

Pero todos se van con los pies atados,
unos por el camino que hicieron,
otros por el que no hicieron
y todos por el que nunca harán.

Roberto Juarroz

martes, 17 de septiembre de 2019

Elegía a la muerte de las violetas

Como si se muriesen por el ruido
de estos tiempos absurdos, ya no queda
ni en las húmedas quintas, una sola violeta.


Su perfume que casi no es perfume,
sino reminiscencia,
se ha olvidado, lo mismo que las voces
de las personas muertas.
Flores que son miradas de las tardes,
caídas en la tierra;
cuyas corolas guardan todavía,
la obscuridad grande de las ojeras.
Vidas de tan intacta aristocracia,
que, por no sorprender con su belleza,
quisieron ser sombrías y pequeñas,
sin dejar de ser grandes, como el beso,
la sonrisa, la lágrima y la estrella...


Hoy, en tanto que triunfran las campánulas,
el popular clavel, la rosa espléndida,
como novias románticas fallecen
cansadas de esperar a quien las deja.
Ya no hay quien las persiga en los barrancos,
y parece que nadie las quisiera:
sin duda, se escondieron demasiado
creyendo que bastaba su belleza;
Y se murieron sin vivir, lo mismo
que las cosas felices que se sueñan.
Pero un tiempo brotaban en el suelo
y él tenía algo azul, gracias a ellas...


Yo recuerdo que en casa, en el invierno,
siempre había en el centro de la mesa
de nuestro comedor, como un desquite
de la vulgaridad de la existencia,
de la sorda llovizna de las horas,
un silencioso ramo de violetas.
Y una dulzura espíritual, un íntimo
lirismo idealizaba nuestra cena;
y su tibio suspiro de ternura
nos afinaba el alma, como templan,
tan sólo por la gracia de su paso,
unos cuantos acordes, a una orquesta.


Y ellas, por un instante, conmovidas
bajo la luz eléctrica,
captaban la emoción de un sentimiento
y se caían sobre el agua fresca,
donde tal vez, soñando con un lago,
devolvían su alma a la belleza...........

Y ahora que ya no existen y estoy solo,
sin flores en mi mesa,
me acuerdo del silencio que guardaban,
y querría aprender de su nobleza.


Y ahora que ya no existen
sino como unas vidas de leyenda,
como esos seres que en un álbum viejo,
sonríen con el aire de otra época
en toda casa de familia honrada,
en todo hogar donde la gente sueña,
cuando es de noche y es invierno y llueve,
en los momentos de emoción intensa
y el silencio es espiritual, se nota
que hay un vacío, porque faltan ellas.


Pedro Miguel Obligado